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Asociación Amigos del Museo del Cine | Homenaje a Salvador Sammaritano. 10 años
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Homenaje a Salvador Sammaritano. 10 años

Homenaje a Salvador Sammaritano. 10 años

Por Pablo DeVita

 

Al cumplirse diez años de su desaparición física (11 de Septiembre de 2008), la figura de Salvador Sammaritano se agiganta por el tamaño de su obra, la vigencia de su legado y, dato no menor en los tiempos que corren, el estímulo para todo aquél que tenía al mundo del cine como horizonte. El Museo del Cine proyectará el próximo viernes 14 de Septiembre en su espacio del Colegio Público de Abogados de la Capital Federal (Av. Corrientes 1441), el inolvidable film de Jacques Demy Los paraguas de Cherburgo en su homenaje.

Hace exactos diez años el mundo del cine en la Argentina se vestía de luto. Moría una de sus figuras más representativas del mundo de la crítica y el cineclubismo, y también una de las personas más queridas del medio. Un 11 de Septiembre de 2008 se apagaba la vida de Salvador Sammaritano, querido por todos y de una trayectoria en el periodismo argentino difícilmente equiparable. El recuerdo al mítico fundador del Cine Club Núcleo y creador de la revista Tiempo de Cine no omiten al conversador animado, entrañable, siempre dispuesto a la anécdota con aquél que brindó cariño, comprensión, aliento y estímulo a generaciones de apasionados por el séptimo arte. Fue un talentoso periodista, reconocido cineclubista, melómano y hombre de vasta cultura, pero ante todo fue un gran ser humano que permanecerá en el recuerdo, y en su legado. Casi como su admirado Ingmar Bergman, en la infancia se dedicaba a proyectar imágenes sobre una sábana y, un par de décadas después, a exhibir al creador de Persona y Gritos y susurros junto a otros baluartes del cine mundial. Una infancia que entremezclaba las tardes de un cine de ensueños con el National de Palermo donde sus pequeños ojos leían en los programas de mano la oferta de “una película sonora y hablada” casi como una novedad. Salvador Sammaritano –imposible otro nombre que lo
definiera mejor–, uno de los fundadores del cine club Núcleo, fue profesor de la no menos mítica Escuela de Cine de Santa Fe, subdirector del Instituto Nacional de Cine, llevó las obras de Andrei Tarkovsky, Buster Keaton, Andrzej Wajda, René Clair, Marc Allegret o Sergei Eisenstein a las pantallas (chicas) del país con Cineclub durante muchos años por Canal 7 y creó una revista de corta vida –y larga impronta– como fue Tiempo de Cine, sin lugar a dudas, la mejor publicación de cine editada en la Argentina. Conversador entrañable, apasionado melómano y autor de una frase que reformula el Evangelio de Mateo con mucho cariño: “Bienaventurados los audaces porque de ellos será el reino del cine”. En el recuerdo permanecerá por siempre como un eslabón fundamental para comprender la historia del cine argentino. Sammaritano dedicó toda su vida a promover y preservar joyas de la cinematografía; y también en colaborar y acompañar a los estudiantes de cine que desde las aulas de la Enerc (donde fueron velados sus restos) dieron sus primeros pasos. Considerado simplemente un maestro, cuya mejor clase fue la de su vida a modo de ejemplo, fue homenajeado en el 20º Festival de Cine de Mar del Plata.

 

Prueba de la honestidad intelectual que lo acompañó toda su vida es que Núcleo nunca dejó de proyectar películas de gran nivel artístico aunque tocaran temas de fuerte contenido. De hecho, pasaron muchos años en el Auditorio del Instituto Superior de Cultura Religiosa de la calle Rodriguez Peña, hasta que un problema de habilitación municipal de la sala cinematográfica los obligó a buscar un nuevo destino para sus funciones. Pero la historia había comenzado décadas atrás, más precisamente en 1952, cuando Sammaritano junto a Jorge Farenga, Luis Isaac Soriano y Ventura Pereyro (todos amigos y vecinos de Colegiales) se unieron interesados en compartir y promover grandes títulos comenzando de una forma mucho más que modesta, con un proyector de 16 mm Kodascope de doble perforación y, por ende, de la época del cine mudo. La Carreta (1923) de James Cruze fue el título elegido y más tarde consiguieron el auditorio Birabent en pleno centro. Salas como Los Independientes (hoy Payró), la Asociación Bancaria, el cine Lorraine (cuyo recuerdo emociona a quienes hoy peinan canas), el Dilecto, el Instituto de Cultura Religiosa Superior, el cine Lara, el IFT, el Alfil, el Maxi, el Premier, el Electric, el bastión cultural que es el cine Cosmos (en varias oportunidades y aún hoy), el Complejo Tita Merello y el cine Gaumont son los lugares por donde el cineclub deambuló con sus latas de películas a cuestas y con preestrenos, revisiones y filmes que quedaban fuera del circuito comercial.

 

“Empezamos en el ’54 en el segundo gobierno peronista, pasamos la Libertadora, no se cuantos gobiernos militares y nunca fuimos cuestionados, tal vez vigilados, no sé. Nuestra filosofía fue siempre servir al cine, sea cual fuere su ideología. Por ahí hacíamos un ciclo de cine soviético y venía la sospecha, pero inmediatamente venía otro de cine norteamericano y no podían encasillarnos, entonces se cansaron y nos dejaron hacer”, señalaba sobre Núcleo a través del tiempo y los conflictos políticos que marcaron la Argentina Salvador Sammaritano en diálogo con Nam Giménez para el periódico Ámbito Financiero.

 

También proyectaron películas en plazas, parques, escuelas (imposible omitir otros esfuerzos, como los de Mario Grasso y Víctor Iturralde en este punto), y villas de emergencia donde nunca habían visto cine: “Nos habíamos enterado de que unos antropólogos norteamericanos llevaron a la selva africana películas de Norman McLaren, que los nativos vieron con enorme interés –rememoraba Sammaritano–. Y entonces llevamos material de ese director… entre las cintas había una que era sobre unos numeritos de colores, con fondo blanco, que cambiaban de color y se intercalaban en un cuaderno armando toda una hecatombe y se caían para poder acomodarse. Causaba mucha risa, y un boliviano grandote que miraba la pantalla con mucha atención, en la mitad de la película se da vuelta hacia el publico y les grita: ¡No se dan cuenta, carajo, que las cuentas están bien hechas! Caso que nosotros, ‘intelectuales’, jamás nos habíamos dado cuanta y empezamos a mirar los cálculos que, efectivamente, estaban bien resueltos. Tanto que meses después cuando se empezó a dictar matemáticas en las escuelas, vino un profesor de los Estados Unidos a dar instrucción a un grupo de profesores argentinos sobre dicha materia y presentó, a modo de ejemplo, una película de McLaren: la de los numeritos. Lo del hombre de la Puna es una de las
anécdotas más lindas…”. Cada fotograma de Chaplin, Godard, Clouzot, Fassbinder, Fellini, Pasolini, Eisenstein y tantos… tantos…. se reflejan en las pupilas de cualquier espectador que los descubrió gracias a Salvador Sammaritano y, en consecuencia, pudo adentrarse en una permanente renovación de la estética, del hombre y de la sociedad. Sammaritano también señalaba lo difícil de ver cine en determinados momentos: “En una época en que muchas películas estaban prohibidas, hicimos una forma de contrabando que ningún censor pudo descubrir. Alquilamos dos aviones y dos hidroaviones, tomamos el hotel Colón de Montevideo, y junto con la Cinemateca Uruguaya, el Cine Universitario y el Cine Club del Uruguay fuimos a ver filmes prohibidos en la Argentina. Era todo un fin de semana, veíamos dos a la mañana, cuatro a la tarde y dos a la noche”, dijo en diálogo con Alejandra Herren. El Museo del Cine porteño lo contó como amigo aunque nunca como director del organismo, al que hubiese necesitado en varios momentos de su historia. Pero gracias a su memoria, el más impresionante hallazgo de esta institución se vincula directamente a Salvador Sammaritano. En 1988 Sammaritano recordó a Fernando Martin Peña que la última vez que habían proyectado Metrópolis en el cineclub, provista por Manuel Peña Rodríguez, estaba tan contraída por el paso del tiempo que para evitar que saliera fuera de foco la sostuvo con el dedo. “Durante dos horas y media”, decía, y ante la duda que pudiera existir sentenciaba “¡No sabés cómo me quedó el dedo!”. Ese dedo dirigió desde los recuerdos y desde un cielo de celuloide la posibilidad de reconstruir casi la misma versión que vieron los alemanes en el Zoo Palast de Berlín en su estreno y se creía perdida para siempre. Esa versión estaba a resguardo del Museo del Cine legada desde la colección Manuel Peña Rodríguez que en primer término tuvo el Fondo Nacional de las Artes.

Operado en 2002 de un cáncer muy avanzado que hizo temer por su vida en aquél entonces, se repuso varias veces e incluso continuó asistiendo al Cine Club Núcleo con cierta regularidad casi hasta el final. Al momento de su deceso se encontraba internado en el Sanatorio Colegiales y fuentes familiares señalaron que en el último tiempo su salud había decaído mucho. Con la muerte de Salvador Sammaritano, desapareció un pilar de la crítica y el cineclubismo argentino y, no detalle menor, sobre todo una buena persona. Las despedidas son tristes como una sala a oscuras pero ciertos recuerdos son luminosos como un haz de luz de un proyector, sobre todo al recordar a Salvador Sammaritano para quien siempre existirá en la memoria una siguiente función.