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Asociación Amigos del Museo del Cine | Los niños en tres películas argentinas
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Los niños en tres películas argentinas

Los niños en tres películas argentinas

Las vacaciones de invierno, atípicas como este año 2020, nos convocan otra vez a comprometernos con el cuidado y atención esmerada a los niños. El contexto de la pandemia nos conduce hacia aquello prioritario, la atención no cerrada a intereses privados o egoísmos sino a la interdependencia de nuestras vidas. Por ejemplo, desde esta perspectiva, la libertad, tan importante desde la misma niñez, adquiere complejidad y responsabilidad social. Aquí esbozamos tres miradas sobre la relación con la niñez que forman parte de nuestra cultura audiovisual.

En tres grandes películas del cine nacional, La bestia debe morir (Román Viñoly Barreto, 1952), La casa del ángel (Leopoldo Torre Nilson, 1957), Crónica de un niño solo (Leonardo Favio, 1965), con diferentes grados pero siempre con alcances importantes en los sentidos de cada historia, las escenas y las acciones de los niños juegan un papel interesante.

 

 

La niñez, tanto desde los tiempos en que Platón diseñaba la mejor República, como ya en la modernidad cuando Locke acudió a ella para rebatir el concepto de ideas innatas en Descartes, es un territorio vasto. Se desplegaron en él planes político-pedagógicos como también exploraciones en busca de un idílico encuentro con la inocencia natural, con el hombre en un cierto estado de naturaleza. El hombre niño.

Decimos “hombre” como genérico debido a esta alusión a la niñez -y a la minoridad en general- que en las tres películas parece trazar una cierta antropología (cómo somos los seres humanos) y una imagen o aproximación sobre la naturaleza (cómo es nuestra naturaleza, cómo y dónde opera la violencia, la paradoja de las instituciones y sus encierros). Pero también en referencia a una indagación crítica que podemos encontrar en estas películas al dominio patriarcal en instituciones que van desde la familia hasta los más altos niveles de la vida política y que se anuda a la violencia más extrema, la que quita la vida.

Esto es evidente tanto en La bestia debe morir como en La casa del ángel donde se ven los peligros que sufren y encarnan los hijos que crecen en ambientes donde la autoridad se ejerce como una relación vertical que es oportuna para el despliegue de la violencia. Hay que decir que en Crónica de un niño solo, si bien es clara la crítica a las instituciones, sobre todo de tipo punitivas, la crueldad es también mostrada en la escena donde los niños se ven lejos del ámbito familiar, a las orillas del río. La naturaleza, o esa imagen que remite a cierto estado de naturaleza, deja aquí una impresión ambigua, un ámbito donde tanto la violencia como la inocencia son posibles. La misma ambigüedad, si asociamos a aquello que identificamos con la naturaleza -o donde la atisbamos en nuestras vidas- no sólo con la niñez sino también con el sexo, es muy notoria en La casa del ángel. Allí unos niños del barrio, que están fuera del encierro al que se destina a las hijas en esa casa, tienen un intercambio con la protagonista de catorce años, Ana Castro, a quien le tiran la foto de un desnudo que los tenía agrupados por curiosidad. La vergüenza por el propio deseo y la curiosidad (recordemos que en la Biblia se castiga el deseo de saber más allá de lo permitido) es un hilo que recorre, anuda y asfixia toda posible espontaneidad y alegría para todas las mujeres en la familia de Ana Castro. La cohersión puede ser ejercida por la mujer si es a condición de que sirva para reprimir-se (es decir, a otras mujeres o a sí misma). El poder por la fuerza como desahogo, o en ocasión de desfogar pasiones, es lujo del varón (en esta obra y como testimonio de la época es importante el lugar de los duelos).

Crónica de un niño solo, historia de un niño de una villa miseria que fue dedicada a Leopoldo Torre Nilson, puede verse como crítica social desde la perspectiva opuesta a la de la familia de la clase dominante en La casa del ángel. Los peligros de la clausura, la inquietud del sexo y -sobre todo en Favio con ese caballo blanco que el niño hace vagar con él hacia el final del film- las ganas de libertad, son grandes cuestiones que, por alusión directa o por supresión sistemática, hacen dialogar a estos dos trabajos exquisitos, cada uno con sus recursos.

En cuanto al descenso a los infiernos de la institución familiar, tanto La bestia debe morir como La casa del ángel ofrecen caminos ejemplares. Tan desoladora una como la otra, las salidas hacia un futuro mejor parecen cerrarse en ambas. En la obra de Román Viñoly Barreto, ya con la muerte del niño, hijo de un padre amoroso, bajo las ruedas implacables de un hombre agresivo* que lo deja morirse sin asistirlo luego de haberlo atropellado, la escena parece advertir la amenaza a todo futuro que implica la práctica cotidiana de los despiadados. Pero aún parece más inquietante si se advierte que la violencia no está en manos de uno solo (aunque ciertamente es el principal responsable del asesinato del niño) sino que en su accionar doméstico logra enrarecer y sembrar la sordidez en todas las relaciones familiares y así llegar a los gestos y acciones de todos los que viven en ese ambiente. Finalmente es otro niño –continuamente vapuleado y humillado- el que se vuelve homicida para liberar y liberarse. Entonces atisbamos que “la bestia” no es uno, un hombre, sino una cierta circulación del poder, ciertas relaciones de las que no sabemos cómo se podrán desprender, desaprender.

El silencio de la adolescente Ana Castro, que inferimos lógicamente como continuación del silencio en su niñez, puede darnos una pista de este territorio infantil que han dibujado como desierto y maleable (la famosa tabula rasa, la tablilla sin inscribir, sin pasado), promesa de conquista y fundación para el poder de turno. No escuchar a los niños puede dar la impresión de que son sólo el receptáculo de las palabras mayores de los mayores. Las palabras pequeñas de los pequeños casi pueden obviarse hasta crear un silencio. Como señala con acierto el filósofo José Manuel Silvero Arévalos* en un excelente documental argentino estrenado hace poco –Un suelo lejano (Gabriel Muro, 2019)- “el silencio es el padre de la precariedad”. Donde ubicamos el silencio debemos sospechar el ejercicio de una estrategia de dominio. Cuándo y dónde callamos puede indicarnos la ocasión en que dejamos que otros nos hablen, con su voz, con su tono, con sus intereses. La ocasión en que aún tememos ser responsables o por algún motivo no podemos serlo. Pero siempre la posibilidad del despliegue de una asimetría que debe regularse a riesgo de exacerbar la desmesura feroz.

En relación con la asimetría y el silencio, es muy sugerente que todas las críticas y resúmenes de La casa del ángel mencionen la escena violenta entre Ana Castro y el diputado Pablo Aguirre como “posesión” o como único pecado de una solterona. Lo que hoy ya muchos sólo podemos ver como violación fue caracterizado de modos por lo menos esquivos, que permiten suponer el mismo deseo, la misma autonomía, el mismo grado de experiencia de sí, de su cuerpo y la misma madurez en un hombre independiente de más de treinta y una chica de catorce encerrada siempre no sólo al exterior sino, sobre todo, a la indagación y conocimiento de sí misma (una niña que no puede acceder a su desnudez ni siquiera cuando se baña).

En estas tres excelentes películas argentinas, que vale siempre la pena volver a ver, podemos encontrar por supuesto más de un sentido y una lectura. Pero las tres parecen cruzarse e imbricarse en un gesto común y elocuente que asociamos con esa imagen del huevo de la serpiente: las tres señalan peligros y cuerpos vulnerables. Todos los que padecen el cinismo, la falta de compromiso responsable y la impunidad en la dirigencia política (claramente esta cuestión se trata en La casa del ángel), los que padecen el rol despótico del padre y todo el que se erige como autoridad (esto se ve en todas), los cuerpos del otro lado de la asimetría, el lado bajo, el cuerpo de las mujeres mayores o menores (la minoridad queda adherida al género socialmente construido), el cuerpo de los adolescentes (así se propone en la película a Ana Castro, aunque para la Convención de los Derechos del Niño se entiende por niño a todo ser humano menor de dieciocho años de edad), y siempre los que necesitan más protección, los cuerpos y las vidas de los niños.

 

*  Al actor Guillermo Battaglia (Buenos Aires 1899-1988) -que actuó en  La bestia debe morir como jefe de hogar despótico y sin frenos y en La casa del ángel como el político corrupto del Partido Radical y padre del decadente en plena fuerza vital Pablo Aguirre- se le asignó muchas veces el papel del malo de la película, como era el caso de aquel personaje despreciable y abusador de  El ángel desnudo (Carlos Hugo Christensen, 1946).

*  http://www.portalguarani.com/949_jose_manuel_silvero_arevalos.html

 

 

El lugar de la policía en Crónica de un niño solo