David «Coco» Blaustein (1953-2021)

David «Coco» Blaustein (1953-2021)

Su gestión como director del Museo del Cine (entre 2000 y 2008) consolidó la presencia institucional del organismo dentro de la industria cinematográfica argentina, y destacó su relevancia dentro del contexto latinoamericano vinculándolo con instituciones afines a través de intercambios, paneles de encuentro y foros de discusión. Asimismo, significó la presencia del Museo en los festivales de cine más importantes del país, y en una labor sostenida en acrecentar el acervo patrimonial, que se expandió notablemente. Estando en el inicio de la era digital comprendió cabalmente las necesidades surgidas, y acercó a la institución a las nuevas tecnologías en materia de restauración y preservación. También difundió en nuestro país obras claves de la realización cinematográfica latinoamericana, y bregó por el acercamiento del Museo a la comunidad.

A través de los testimonios de integrantes y colaboradores del Museo, recordamos a una figura única del cine, la militancia y la cultura en nuestro país.

Graciela Mazza (Relaciones institucionales y productora de las películas de Blaustein)

Nos habíamos peleado (una de tantas…). Renuncié a Zafra Cine (luego fue Zafra Producciones). Elena, a cargo de Ibermedia (Cine) me había propuesto que me fuera a trabajar con ella muchas veces. Viajé con la firme convicción de instalarme. Tuve varias reuniones. Tenía que firmar contrato ese año para irme a trabajar en el 2001. Unos días antes de firmar, el 6 de octubre, David me llama a Madrid por teléfono. Se escuchaba mucho ruido. “Feliz cumple” (jamás se acordó de mi cumpleaños; alguien le había avisado, pongo plata). “Acabo de asumir como director del Museo del Cine justo el día en que está renunciando Chacho Alvarez, ¿podés creer?”. “Felicitaciones”, le digo. ”¿Te venís conmigo?”. “Claro”, le contesté olvidándome instantáneamente de nuestra pelea y del sueldo en euros que iba a ganar. Él era así, todo el tiempo generaba y generaba… y me incluía.

Entré en 2001. Creo que el 1º de Enero. Me presentó al día siguiente. Estaba muy asustada. Sus palabras ese día antes de la presentación fueron: “Nunca aceptes un no. El peor trámite es el que no se hace” (una de su frases preferidas ). Eramos muy pocos para tanta tarea y a veces, parecía que nos chocábamos en los pasillos. Y, por sobre todas las cosas, no teníamos plata. Eso estresaba un montón.

Era arbitrario con algunos y tierno con otros. Pero siempre apoyó los proyectos personales. Y nos instigaba a luchar políticamente cuando sentía que alguna nueva reglamentación era injusta. “Hagan huelga. Peleen.” No era un santo. Todas y todos lo padecimos. Era caprichoso, escondedor (“Tu error es que jugás con todas las cartas sobre la mesa”, solía decirme), complicado, generoso por demás. Siempre rodeado de jóvenes. “Cineasta y peronista”, como le gustaba gritar al unísono con una entrañable amiga. Tenía un humor ácido, y una de las memorias más prodigiosas que conozco. Cuanto más te quería, más te toreaba…

Tuve la suerte de estar con él cuando lo internaban. Cambié lugar con Mika (su asistenta) en el hospital. Creo que conoció mi voz… le hablé cerquita y me trataba de decir… vaya una a saber qué. Le pedí que se calmara y lo hizo, ¿o me lo imaginé? Le dije que aguantara y le sostuve la cabeza.

No pensamos que se iba a morir. No lo pensamos… Ya lo extraño.

Paula Félix-Didier (directora del Museo)

Mucha gente va a recordar a Coco por sus películas, por su enorme compromiso, por su militancia por la justicia y la igualdad. Y también porque como ser humano era una persona increíble. También me parece muy importnate recordar su paso como director del Museo. En lo personal porque Coco me acompañó y me ayudó muchísimo, con mucho cariño y con mucha generosidad, para continuar la tarea que él inició y yo estoy continuando

Roberto Bedirian (Recursos humanos)

El primer día que vino al Museo lo esperábamos con cierta ansiedad, ya que asumía como Director del Museo del Cine. De allí en más trabajó constantemente por el mismo, y gracias a él aprendí que había otro cine y leí mucha literatura sobre ese cine. Así como podía enojarse por algo que no se concretaba, era muy gracioso y amable. Venía temprano, se instalaba en su despacho y comenzaba a impartir instrucciones; estaban las reuniones de coordinación en las cuales demostraba su interés constante por avanzar en proyectos y exigía al respecto, y así avanzó el Museo. Siempre recuerdo cuando requería la presencia de personas de prensa o de cineteca del Museo; me hacía reír el llamado que hacía y la forma, el famoso «vení un cachito», y ya se sabía que habría nuevas instrucciones e ideas.

Lo recuerdo como un gran hacedor, constante, imparable.

Fabián Sancho (Centro de documentación y biblioteca)

Conocí a David Blaustein con una nota que le hice sobre Botín de guerra para una revista universitaria, en el ya lejano año 2000. Luego fue como Director del Museo, me convocó cuando yo estaba en la Subsecretaría de Promoción Social, a él le debo mi llegada. Recuerdo el «Sanchoooo, conmigo» que decía cuando caminaba por los pasillos de la sede de la calle Defensa, o por los de la sede de calle Feijóo, tiempo después.

 

 

Pablo De Vita (prensa y comunicación)

Es muy difícil hablar de David Blaustein en pasado. Aún nos cuesta creer que acaso sea eso posible. Tuve el placer de volver a conversar con David en el último tiempo de manera recurrente, para una entrevista en la que siempre me pedía dos semanas más. Fueron alrededor de esos días los que pasaron de nuestro último diálogo a la noticia de su internación, de la cual nadie suponía el fatal desenlace.

La llegada de David Blaustein al Museo del Cine fue a mediados de 2000, luego de la dirección en dicho cargo de José María Poirier-Lalanne. Hoy parece increíble, pero los veinte años que median en el tiempo hacen recordar a un Museo sin computadoras, con antiguas y sonoras máquinas de escribir, con ficheros manuales y una maquina de escribir electrónica que iba de sección en sección, cuando debía conformarse algún documento que tenía que quedar medianamente presentable para el mundo exterior. Las restantes máquinas eran tan obsoletas que ni siquiera podían marcar los caracteres mínimamente alineados.

Destacamos esto porque en esos años el mínimo logro era una proeza y eran tiempos aún predigitales, que obligaban a la conformación de una videoteca (sí, en VHS), y a ver y exhibir el cine argentino en las condiciones que se conseguía. De esos años resulta el mito arrastrado en el tiempo de que el cine argentino se escuchaba mal o se veía mal: solo las copias de cassette lo eran, porque asimismo provenían de telecines, con reducciones en 16mm de películas que muchas veces tenían un largo historial de exhibiciones. Así era el cine que podía verse. O en varios casos solo intuirse. Por fortuna hoy los que comienzan no tienen que adivinar la calidad de nuestro cine, porque hay muchos casos que demuestran cómo era, y gracias a la restauración esto puede apreciarse.

Los comienzos de mis recuerdos con David Blaustein no son los mejores. De una administración ordenada de la gestión anterior, la presencia de Blaustein se vivía como un caos cotidiano. Trascendía los mandatos y los tiempos museísticos de entonces, y vinculaba los modos y fórmulas de la producción cinematográfica. Todo era para ayer, todo era sorpresivo, todo era urgente. Y claro, no todo lo era.

Pero ese vínculo construido con la industria del cine de forma absolutamente personal permitió al Museo del Cine acrecentar su patrimonio de manera notable durante esos años, y generar un vínculo con el mundo de la producción que no había tenido lugar desde la fundación del organismo. La industria reconocía al Museo del Cine como un lugar para depositar sus recuerdos de filmación, convertidos en acervo histórico.

Blaustein comprendió dos elementos de su predecesor que debían conservarse: el calendario y la revista La mirada cautiva. Eran tiempos predigitales, que obligaban a una existencia en papel para un mínimo de visibilidad. Recordemos que la prensa se contactaba vía fax y por gacetillas que se repartían en sobres “puerta a puerta” y, una vez al mes, llegaba de la agencia “Los diarios”, los recortes que permitían intuir el recorrido de esas misivas. Si bien se hicieron revistas y diversos libros, el calendario se convirtió a lo largo del tiempo en el objeto de producción más añorado por los amantes del cine, y eso incluía a la industria, que aún hoy desea que alguna película suya aparezca allí.

Si bien era un realizador formado en tiempos del fílmico, Blaustein estaba al tanto de cualquier adelanto técnico, y junto al desarrollo del soporte digital también vino su desvelo: ¿cómo salvar todo el patrimonio fílmico del museo? ¿Serviría digitalizar lo posible? Allí empezaron una serie de cursos con la Filmoteca española, con el INA francés, con las cinematecas de América Latina, las respuestas demandaban urgencias.

La desconfianza inicial dio paso a una relación fecunda, sostenida en la confianza de que cualquier observación era no para criticar, sino para contribuir desde otro punto de vista. Podía haber peleas, y algunas eran salvajes, pero no existía lugar para el rencor. Nunca. Jamás observó que pudiéramos compaginar la labor del Museo con mil otras más. Siempre ayudó a que todo fuera posible y promovió a todo su personal. Sabía, en el fondo, que podía decir que contaba con todos y se blindaba en su equipo, que éramos todos. Hace poco me enteré que decía del personal del Museo que era gente comprometida con lo que hacía. Pude saber de su sincero afecto. Pude decirle en un festival de Mar del Plata en una charla de café cuanto le agradecía.

A todos les quedará la mirada al y del gran documentalista que Blaustein supo ser. Los recuerdos personales se entremezclan con anécdotas, momentos risueños, debates acalorados, programas de radio y otros que no fueron felices porque la gestión pública tiene bastantes sinsabores. Siempre me quedará la duda de si no podía hablar aún del Museo del Cine, porque podía atenderme y hablar un buen rato pero también siempre me pedía unos días más. No puedo creer que no habrá más días en los cuales aparezca su perfil, con su saco color león, rascándose la cabeza y preguntando: “que novedades hay”. Acostumbrados al ejercicio periodístico diría que “no sé como cerrar la nota”, quizás porque preferimos que no haya un final.

Damián Romano (audioteca)

Mi primer encuentro con él fue en junio de 2002. Plena crisis tras el estallido del 2001, Coco me convoca a trabajar en el Museo por medio de Pablo Hernández (a cargo de la Cineteca en ese entonces) para impulsar el catálogo digital en el marco del proyecto de Modernización, que incluía la obra del edificio de la calle Defensa. Él estaba exultante de entusiasmo. El Museo tenía un futuro hermoso y empujaba decenas de actividades a la vez, y sumaba colegas por todos lados, dándole lugar a los jóvenes. En la charla inicial me impactó su seriedad «impostada». Se notaba que derrochaba empatía pero tenía que hacer respetar su lugar… Y rápidamente, en los encuentros de pasillo, empezó a entregar su cariño.
Tuve la suerte de compartir casi toda su gestión, sus años de director del Museo, al que se entregó de lleno y con toda la pasión (y nadie va a decir que exagero). Y empiezo por el final. Su partida me llenó de tristeza porque me di cuenta de que Coco era un gran amigo. No puedo definirlo de otra manera. Tenía la capacidad de ser un tipo áspero en el trato cotidiano, pero a la vez entregaba gestos tan cariñosos que uno se daba cuenta cuando esos gestos te transformaban la vida. Coco tenía eso: era tu jefe, a veces te gritaba un poco, pero siempre te trataba como un igual. Te empujaba en el proyecto que tuvieras, te llevaba de la mano y te mostraba que era posible. Y anidaba personas y los hacía amigos. Sus amigos. Siempre lo esperábamos en el “brindis del almanaque” y no era solo para el saludo. Sabíamos que de algo íbamos a charlar, y que otra vez nos iba a acompañar, de la mano. Lo vamos a extrañar mucho.

Tengo dos momentos inolvidables con él. Estábamos trabajando en la sede de la calle Feijóo, y él volvía de unos días de descanso en su casa. Se jugaba el US Open y, de casualidad, me entero de su pasión por el tenis. “¿Vos viste lo que juega ese negro? ¿Y cuándo vimos que un tenista negro llegue a la semifinal?” Compartimos nuestro “Black Power” a flor de piel. Y mi último encuentro. Hace tan poquito… Tuve la suerte de hacerme de una entrada para la premiere de “Se va a acabar” en el Bafici, en el cine Gaumont. Llego antes de su presentación y de la proyección. Lo saludo y me presenta a quien lo acompañaba, y me describe con esa potencia y ese cariño que solo a él le conocí. Nunca lo voy a olvidar. Y la suerte fue completa, porque después de ver esa obra maestra se despachó al público (después de una provocadora pregunta) con el alegato de su defensa a la militancia peronista de los años setenta, con la valentía que nunca le vi a ninguno de los entrevistados de sus películas. Y me queda como epílogo su mensaje reenviado por Graciela Mazza, agradeciendo mi reseña de la película. Cariño, siempre.

Beto Acevedo (integrante de la Asociación de Amigos del Museo y ADF, amigo de Blaustein)

No recuerdo cuándo nos conocimos… probablemente porque la química fluyó de entrada. ¨¿Qué hacés, Acevedo?¨ o ¨¿Qué hacés All Boys?¨eran sus saludos. Creo que siempre intenté acompañarlo en sus utopías, muchas de las cuales compartí. Fueron determinantes nuestros intercambios en su paso por el Museo del Cine. Muchas necesidades y poca plata, siempre ha sido la preservación de nuestro acervo cinematográfico, pero él nunca bajo los brazos, siempre fue por más. Primero en Defensa, luego en Barracas, rosqueando para conseguir mejoras. Pero si el cine nos unía, la política , el fútbol y la familia metían pasión, amor y discusión en nuestras charlas. Los festivales de Mar del Plata y Pinamar eran hermosos momentos para hablar de sus sobrinas,  una de sus mayores debilidades . Como era un cuadro, me comí alguna ¨cagada a pedos¨ por alguna convicción política algo ingenua. El era así,  te cabroneaba y te adulaba . En los últimos años siempre tenia proyectos en ciernes y nunca plata, era hermoso imaginar que algo ya iba a salir.

Tuve el triste privilegio de ser el último que hablé con vos .¨Cuídate, boludo¨, me decías… ¨Todo va a salir bien¨, con respecto al trabajo que estábamos haciendo juntos. Pienso mucho en tu voz , en tu humor, en tu ironía, en tus utopías , en tus proyectos, en tu despedida en el Parque de la Memoria… Y no te fuiste Coco, estás y estarás siempre… ¡Te quiero mucho!

Beto