Por Mercedes Alfonsín
Directora de arte, diseñadora de producción
Me siento a escribir unas palabras que acompañen los bocetos de Gori Muñoz para Las aguas bajan turbias, dirigida por Hugo del Carril en 1952. Empiezo por la punta del iceberg que es simplemente dejarme ver, observar y, en este caso, entregarme a cierto deleite.
Miro de nuevo la película y la corriente me lleva a El río oscuro, el texto de Alfredo Varela en el que se inspiró. Por unos días vivo sumergida en el espíritu de sublevación ante la injusticia que dio origen a la formación de los sindicatos argentinos. Tengo sueños de selvas, machetes y buitres recortados contra el cielo. No dejo de pensar en ese pequeño toque de azul profundo que vi en uno de los bocetos: “Posadas, 1951”. Empiezo a creer que Gori lo ha pintado para mi. Leo un texto de su hija mayor, Carmen Muñoz-Bernand (Gorita), que es un plano secuencia por interiores, exteriores y músicas de muchos tiempos paralelos. El relato empieza con su nacimiento en París y es un tren sin escalas. En una de las necesarias pausas se detiene en una escena de 2019, mientras la catedral de Notre Dame comienza a incendiarse. Las circunstancias la han hecho vivir en Francia. Frente al estupor por lo que está sucediendo, Gorita saca de un cajón un retrato de la Catedral que hizo su padre en 1939 antes de exiliarse en Sudamérica. Mientras mira el boceto descubre un detalle significativo que no había advertido nunca antes. En el primer plano de la acuarela no aparece la Catedral sino una banderita republicana, la de la République Française de la Revolución de 1789, el símbolo de la laicidad inscrita en la Constitución francesa, que flamea en el mástil de una barcaza del Sena. En mi cabeza veo la acuarela con claridad y la bandera se mueve, es la brisa de la tarde y Gori está diciendo lo que piensa. Vuelvo sobre los bocetos pensando que un artista no pierde nunca su voz. Descubro que el azul que tanto había imantado mi retina está brevemente en todos los bocetos. Confirmo mi sospecha inicial, Gori y yo compartimos sentimientos e ideas sobre el color azul.
Sigo mi camino. Miro imágenes de Valencia. Pienso en ese mar al revés que lo vio nacer. Me entero de que, luego de llegar al Río de la Plata escapando de la España franquista y vivir hasta 1978, no logró volver nunca a ese lugar de origen. Pidió ser cremado y que sus cenizas fueran esparcidas en el Río de la Plata con la esperanza de que ellas solas encontraran el camino a Valencia.
Saco de la biblioteca el texto de Gori Toros y toreros en el Río de la Plata. Me conmueve la dedicatoria a su mujer Maricarmen y “al público de sol”. Pienso en ese astro que rige nuestras rutinas, único dios de lo visible.
Estas acuarelas de Gori son preciosas, excusa de bocetos de escenarios, espacios de ficción. Narran antes de presentarse. Invitan a un recorrido. Tienen un tiempo y sentido de lectura. El sujeto y el predicado han sido determinados con precisión. Las leemos como Gori quiso que las leamos. Eso hace un director de arte: antes que nada, narra. Construye un relato.
Los espacios retratados preanuncian la falta de onda vibracional que producen los colores al ser percibidos. Son un preámbulo perfecto del blanco y negro final. Están esculpidos dentro de una selva informe lista para devorar hombres dóciles. Un infierno donde la pobreza de espíritu tiene su catedral mayúscula. Ese es el escenario de Las aguas bajan turbias y Gori lo supo atrapar.
Supo encontrar su pez dorado como lo expuso David Lynch.
¿Como construir un relato que habla del oro verde y de aguas que bajan turbias de sangre en blanco y negro? Proyectando colores que se disuelven, como los de Gori Muñoz.
Las acuarelas me han resultado siempre mágicas. Es imposible no ver el trazo, no ver el inicio y la dirección en la que se movió una mano y su pincel para generar esa forma específica. La amenaza constante del tono base que sostiene la transparencia etérea de los tonos débiles. Colores de agua, como se dice en inglés.
El paspartú debe estar húmedo como la garganta de un amante al inicio de un beso para que las acuarelas corran, escuché alguna vez. Gori evidentemente sabía de besos y amantes.
Pienso en la cabeza de Gori, en las imágenes de su Valencia lejana, el lugar donde se formaron sus ojos. Usar esa mirada para crear imágenes de otra cultura, desde un acento foráneo. Pienso en cómo preservo en mi mirada la oportunidad de ver sin un sentido incorporado, de ver sin ponderar. Sustraerme siempre de la posible familiaridad que me impida hacer todas las preguntas necesarias. Intuyo el exilio que le impuso el destino y las sorpresas de una cultura nueva. El nuevo continente con su luz del sur del globo terráqueo y su carrera rodando y construyéndose.
Imagino también que su pensamiento político no era lejano al texto que dio origen a Las aguas bajan turbias. Me animo a decir que la imagen compuesta es también su elección ética. Una pulsión que debe mantenerse siempre viva. Un artista es un perpetuo compromiso con lo real. Gori Muñoz, tus cenizas son el río, son el mar, son el agua y todos los colores de tus composiciones. No necesitan llegar a ningún lado porque están en todas partes.
Bocetos originales de Gori Muñoz para la escenografía de la película Las aguas bajan turbias (Hugo del Carril, 1952).