Safo: escándalos para todos los gustos

Safo: escándalos para todos los gustos

La historia es conocida, pero conviene repasarla en contexto: el estreno de Safo, historia de una pasión en 1943 representó un desafío audaz y contundente a los valores morales y cinematográficos de su época. La carga de sensualidad y las aristas explícitas que descubrían sus personajes no tenían antecedentes en la historia del cine argentino industrial, y esto sería tan solo el comienzo de aquella exploración en la filmografía de Christensen. El director analizaría esas constantes, además de recordar sus enfrentamientos con la censura, en esta entrevista que le hizo Paraná Sendrós en 1983.

La posteridad traería nuevas lecturas sobre su obra (los condicionamientos y persecuciones que sufrían los personajes de sus melodramas representaban la represión que pesaba en la vida de cualquier persona homosexual durante ese período, como bien señala el historiador Fernando Martín Peña), además de una visión sin velos de sus películas posteriores, que no perdían la capacidad de jaquear las imposiciones (como ¿Somos? de 1982, producida durante la dictadura), pero el impacto de Safo sigue siendo singular, como lo demuestran distintos testimonios alrededor de su lanzamiento. En primer lugar, porque más allá de las intenciones más o menos conscientes de Christensen la película se presentaba, desde sus títulos o en materiales de prensa como esta gacetilla, con una intención claramente moralizante.

Y las repercusiones en la prensa no estuvieron libradas de la polémica. Raimundo Calcagno señalaba varias virtudes en su reseña para El Mundo, pero el análisis negativo que se publicó en la revista Cine derivó en una virulenta carta de respuesta escrita por el encuadrador de Safo, Francisco Oyarzábal, que tras desplegar varios calificativos agresivos recomienda al crítico Carlos A. Orlando aplicarse la vacuna antirrábica. Nadie podía decir que la película no transmitiera las pasiones plasmadas en la pantalla.